Se cumplen hoy 16 años de la muerte del Gordo. Uno de sus entrañables amigos, el periodista Eduardo Rafael, cuenta algunas anécdotas futboleras de un Cuervo de ley, admirador de Albretch y el Bambino, y que sufrió el descenso en el exilio.
Qué era San Lorenzo para él? –La vida, simplemente la vida.

A 16 años de la muerte de Osvaldo Soriano, Eduardo Rafael, su compañero y amigo, lo recuerda con la misma alegría que le contagió el día en que lo conoció. Desde el momento en que Jacobo Timerman los convocó para ser editores del diario La Opinión, forjaron un lazo inquebrantable de horas y horas de cierres en la redacción, pero por sobre todas las cosas el vínculo se creó a través de la pasión más desenfrenada que tenía el Gordo y que él compartía: el fútbol.

No terminó el secundario y así no pudo cumplirles el sueño a sus padres que querían que se dedicara a ser ingeniero. Y no consiguió hacer realidad su anhelo más deseado: ser futbolista profesional. En ese momento vivía en Cipoletti y a los 20 años este rubio que jugaba de centrodelantero en la Liga del Alto Valle y que también tuvo un paso por Independiente de Tandil se dio cuenta de que su futuro no iba a estar dentro de la cancha. Siendo futbolero de alma, no pudo haber tomado la decisión tan fácilmente, sino que la lesión que sufrió en su rodilla lo obligó a ir por ese camino.

“Si pude largarlo es porque no lo sentí que era mi vida”, decía el Gordo.

Además de escritor, periodista, fanático de la novela negra y del cine, Soriano era, antes que nada, un enfermo por San Lorenzo.

De familia de hinchas de River, encontró una verdadera pasión con el Ciclón. “Rafael Albretch era su ídolo máximo, lo quería como a nadie, pero también le encantaba Zubieta, El Bambino Veira, el Lobo Fischer y Sanfilippo. Los jugadores que más tiempo pasaban en el club eran sus preferidos”, recuerda Rafael.

En 1976, tres años después de haber escrito su primer libro Triste solitario y final, la dictadura militar lo obligó a exiliarse en Bélgica y en París, donde hacía colaboraciones con distintos medios. Para el Gordo, dejar de ver al club de sus amores fue algo muy doloroso, pero seguía todos sus partidos a distancia.

Durante los siete años que duró el nefasto gobierno de facto, Soriano seguía –como podía– todos los partidos de San Lorenzo.

Su amigo Rafael todavía recuerda cómo le contó que vivió su momento más trágico: el descenso de 1981. Cada tres meses se mandaban cartas para ponerse al día –donde él religiosamente le preguntaba por novedades en el Ciclón– y cuando llegó esa fecha dejó de escribirle por un tiempo, según él hundido en un profundo dolor.

Ya de vuelta en Argentina, se juntaron poco después del final del Mundial de Italia en el bar de Corrientes y Callao donde se reunían todos los días cuando trabajaban en La Opinión.

Por única vez en sus 40 años de periodista, Rafael llevó un grabador al encuentro que empezó a las diez de la noche y culminó a las tres de la mañana.

Allí, le datalló cómo vivió el descenso: “Él estaba en París, mandaba cartas, seguía cables de la agencia France Press y cuando llegó el momento se desplomó de la tristeza. Encima contaba que después no paraba de sonarle el teléfono con gente que lo cargaba. Él, en ese estado triste y solitario, les respondía a todos de la misma manera: ‘vayanse a la re puta madre que los parió’”, dice Rafael, recordando con emoción aquel día y cómo los franceses lo miraban raro por sus gritos y actitudes de fanático.

Antes del exilio, Soriano seguía una rutina antes de los partidos de su querido club.

Se iba horas antes del partido al bar San Lorenzo, el café ubicado en la esquina de Avelino Díaz y Avenida la Plata, donde el escritor tomaba un cortado antes de cruzar hasta el Viejo Gasómetro a ver al equipo de sus amores. Desde el 7 de junio de 2005, en conmemoración del Día del Periodista, el Gordo tiene su placa que lo recuerda, que le agradece y que reza: “Por la creatividad de sus obras, el humor de sus cuentos, el placer que nos brinda su lectura, la pasión por su entrañable San Lorenzo de Almagro, su compromiso militante y su humildad.” Fuera del ámbito deportivo, era un hombre tranquilo. Devoto de los gatos, el café y el cigarrillo, del que nunca se pudo desprender y que le generó el cáncer de pulmón fatal. Militancia de los partidos de izquierda de la época setentista, escribía de noche hasta los ocho de la mañana, para poder dormir después hasta las cuatro de la tarde.

“A mí me gusta más el fútbol que la literatura”, contaba el Gordo en una entrevista de 1984. A través de sus libros expresó sus vivencias, sentimientos, frustraciones y sensaciones.

Con su pluma en los cuentos de fútbol transmitió su sueño frustrado de ser jugador de fútbol.


Soriano mezcló realidad con ficción y creó un estilo propio, con una forma de contar que lo convirtió en uno de los mayores escritores argentinos del pasado siglo.
Era hincha y era rebelde.

Era soñador y era ingenioso. Al igual que Roberto Arlt, soportó ser ninguneado por los académicos de las letras, pero él, pese a todo eso, llegó a la masividad de la mano de todo su talento.

Fanático del Ciclón, hoy estaría festejando que San Lorenzo volverá a Boedo, y él, desde donde esté, pedirá tomarse su cortado frente a la cancha.

Guido Molinari (Tiempo Argentino)

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